LA DESPEDIDA
Ha sucedido en los últimos meses.
He olvidado que soy una bella y buena mujer,
un lingote derretido en las sillas cuando espero.
Será porque cuando vuelvo a la noche de la infancia,
(ahora Caserón Húmedo),
de las paredes sale a recibirme
la bilis horneada de antiguos parientes,
como pulpos de luto.
He olvidado que elegí nacer bajo la tierra
para ser el hallazgo de mi padre
y para elegir yo misma la postura
de mi nacimiento:
el pelo y los dedos
cincelando el suelo,
la cabeza muerta,
la nuca como pararrayos
de los pensamientos ocres.
Será que tras la minucia de orfebre
nadie ve la violencia del molde
en mis venas,
el largo recorrido del desierto
desde el corazón al pincel.
O que el lienzo adhirió a mi espalda,
a cambio de mi sombra,
una broma blanca de brazos y piernas
difícil de confundir con mi silueta.
Bien sé ahora,
que para continuar,
necesito el impulso exacto
de una despedida.
La liberación del trayecto roto.
Despedirme de Qué
o despedirme de Quién,
es lo de menos.
Ya lo dictará este violín
que no deja nunca de sonar
aquí adentro.