Entornada
que llegue desde fuera o entre por la
ventana
ni puede distraerme ninguna otra
atracción
no puedo dedicarme a otra cosa por eso
pues tengo el ojo izquierdo cerrado por
completo.
Y notando al tocarla impresión de frescor
con tres dedos, asiendo la armadura
metálica
sujeto el palillero tumbado, en
equilibrio.
Se acerca, y si se queda prendida una
pestaña
pero todo va a más si el ojo inquisitivo.
Por uno de los lados, el que se halla a
la espalda
por el grosor del vidrio, que está esmerilado
sin duda imperceptible si es que nos
guiamos
una fotografía es la vista, delgada.
Con manchas, aunque rojas, no de sangre;
de tinta
y en el extremo casi del palillero blanco
visible, aunque pequeña y embutida en lo
alto
una bola de vidrio lleva dentro la vista;
apenas separado, a muy poca distancia
al que tengo pegado el ojo bien abierto
en la vista engarzada dentro del
palillero
a veces un reflejo momentáneo se inflama.
Una primera versión del poema que feché en los albores
del año 2004 se titulaba “El negativo”.